Si piensas que sabes lo que sucede en la cabeza del otro, píensalo de nuevo. Creemos que el amor nos otorga el poder de leer su mente, cuando en realidad lo único que hacemos es leernos la nuestra. Qué duda cabe de que constituye un excelente mecanismo de defensa, pero no puede sustituir a la comunicación real. La mejor forma de saber lo que en realidad sucede en la cabeza del otro es también la más arriesgada: preguntándoselo.
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